martes, 7 de junio de 2011

EL ESPACIO

EL ESPACIO. (Cuento)
Por: Cheo Breñas. (Yo vs. La Araña)

Yo tenía un rinconcito en el portal trasero de mi casa donde acostumbraba sentarme después de la última comida, a leer el periódico y deleitar un cigarrillo. En este rincón, al que llamaba “mi espacio”,pasaba las últimas horas de la tarde pensando y escribiendo alguna experiencia pasada o razonando sobre el acontecer en la agradable compañía del silencio.

Me gustaba este lugarcito porque me protegía del aire, y del polvo que se arremolinaba con la caída de las tardes frescas. Era una esquinita acogedora que no interrumpía para nada el paso a nadie y estaba fuera de la vista de mis desconocidos vecinos de entonces. Allí tenía un viejo taburete (silla de madera de fuertes y gruesos palos que usa como fondo y espaldar un tenso y estirado cuero, generalmente de la piel del chivo), que me permitía recostarme en la pared con seguridad y disfrutar de un merecido descanso mientras completaba las horas que cada día me brindaba la existencia.

En una ocasión noté que una pequeña, y muy silenciosa arañita, había tendido en la parte baja de “mí esquinita” su conocida y bien estructurada red de caza. La observé por unos instantes, pero como no entorpecía para nada mi estadía, la dejé hacer su labor de subsistencia mientras yo me ponía al día con las noticias.

Al parecer mi nueva compañera contaba con muy buena suerte en la caza ya que a diario observaba su trampa llena de “bichitos”, que supuse serían parte de su dieta alimenticia. -Yo soy de ese tipo de personas que cree fielmente en la existencia y que acepta que todo ser viviente en este mundo (incluyendo los insectos), tengan tanto derecho a la vida como nosotros lo humanos. Entiendo que somos muchos y que el espacio con que contamos se hace cada vez más pequeño por la afluencia constante de nuevos seres que llegan, tanto del producto de la gestación como del exterior mismo, que nos invade cada año con minúsculos insectos imperceptibles a nuestra visión y que pululan en el aire que respiramos. Lo único que no entiendo es el porqué para subsistir nos tengamos que comer unos otros.

Una tarde, al sentarme como de costumbre en mi viejo taburete, sentí que mi piel hacía contacto con la ya bastante extendida tela de la araña, que ocupaba ventajosamente más de la tercera parte de mi espacio. Esa pegajosa secreción que tiene ese tejido que ellas hacen, crea en mí una sensación bastante repulsiva y desagradable que deja en mi subconsciente la duda de que el animal haya quedado adherido a mi cuerpo; cosa que no me hace mucha gracia y me irrita sobremanera.

Al sentir aquello salté enojado y de un tirón jalé el taburete frotándome los brazos y la espalda para deshacerme de aquella indeseable malla. Fue entonces que descubrí lo mucho que se había extendido esta silenciosa amiguita en su afán de expandir su territorio. De hecho las arañas no están incluidas entre los animales de mi predilección ya que siento cierta fobia hacia ellas, pero aún así, y respetando el espacio que le pueda pertenecer como ser viviente que es, sacudí con precaución los restos de su melosa ingeniería en mi taburete y limpié lo que consideré excedente de su ocupado territorio en la pared. Con mucha paciencia y con la convicción de que no me entendería y que tal vez estaba excediéndome un poco al conversarle, traté de explicarle hasta que punto podía yo compartir mi propiedad con ella; que no me oponía a su subsistencia, pero que no me importunara porque estaba violando mis derechos y mi privacidad.

El espacio es la primera causa de los problemas y las guerras que existen en este mundo. Todos pretendemos ser merecedores del más mínimo pedazo, pero jamás nos conformamos con el que nos toca. Se supone que baste con el necesario para llevar nuestras vidas, aunque para ello tengamos que sacrificar un poco de comodidad y sosiego. Es un problema grande, es el “yoísmo” en toda su plenitud y el motivo permanente de los enfrentamientos entre todos los seres que habitamos este planeta, pues mientras más espacio tenemos, más queremos; y lo queremos exactamente donde más difícil es conseguirlo. Cuanta tierra se desperdicia al abandono en lugares propicios para la sobrevivencia y cuantas ciudades superpobladas existen donde se acumulan las más inverosímiles necesidades. Todos queremos estar juntos, pero a la vez separados por ridículas cercas que definan lo que es de cada cual, excediéndose algunos por avaricia y prepotencia, los limitados márgenes de lo que pueden ocupar.

Pero siguiendo con lo de mi vecina “La Araña”, les cuento que al día siguiente tuve la precaución de asegurarme que las cosas estuvieran en el orden que yo las había dejado antes de proceder a sentarme y continuar con mi cotidianidad, confirmando de cierta manera que se respetaran las reglas dictadas y acordadas por mí, como dueño y señor de aquel pequeño espacio.

No había pasado una semana cuando, para mi asombro, volví a detectar la intención de mi ya impertinente y desconsiderada vecina, de agrandar de nueva cuenta su territorio faltando al acuerdo de respeto mutuo preconcebido. Ya un poco fuera de mis cabales grité algunos improperios y procedí de mala manera con una escoba, a destruir toda aquella madeja que le servía de trampa y madriguera. -No es posible que no podamos convivir cada uno en su espacio. ¿Porqué no habremos de conformarnos con lo necesario que nos brinda la vida? ¿Quién te dijo a ti pequeña cosa insolente, que el mundo es todo tuyo y que puedes expandirte por todo él, arrinconando a tus congéneres al mínimo de sus derechos?-

Fue casi una hora de histeria lo que me causó el incidente, y para alguien como yo que padece de la presión y que me considero hipertenso, fue un momento bastante excitante que logré relajar gracias a la facultad que tengo de estabilizarme y razonar cuando me enojo.

Después de un rato y ya más calmado, me llegó el momento del arrepentimiento y la reflexión. Sentí pena de la araña y me reprendí por haber sido tan cruel y grosero con el animalito, que finalmente no tiene la culpa de su condición analfabeta. Posiblemente en su pequeño cerebrito (si es que lo tiene) no está presente la intención de compartir y respetar el espacio de su prójimo, como normalmente pasa en la mayoría de los seres humanos, que enfrascados en la avaricia y acumulación de poder y de riquezas, se olvidan de los derechos de los demás a poseer un insignificante pedazo de espacio donde sobrevivir tranquilamente el tiempo que han de estar en este mundo. Entonces saqué un plumón y marqué una línea a un pie del suelo, para señalarle a mi no muy estimada, pero aceptada vecina si volvía, que sin ningún problema, allí podía tender de nuevo su red y edificar su madriguera.

Los siguientes días fueron de pesar, la arañita no aparecía por ninguna parte y yo ya comenzaba a extrañarla. Se me ocurrió pensar que quizás podría haberla matado con la escoba o que habría huido despavorida y muerta de miedo ante mi entonces estado de peligrosidad. De cualquier manera ya no había retroceso a lo hecho, y en silencio (evitando que alguien me oyera hablando sólo) le pedí disculpas.

Cómo al quinto día pude percatarme que ya empezaba a dar vestigios de vida mi pequeña vecina (¿o quizás era otra?), bueno... como fuere, allí estaba de nuevo y eso me dio mucho gusto. Algo temerosa, pero con la necesidad implícita que tenemos todos los seres de alimentarnos, comenzó a tender de nueva cuenta su trampa y yo me hice de la vista gorda para que se sintiera en confianza –Sólo no te excedas- me dije para mis adentros esperando pudiera leer mi mente.

Como ya estaba acordado, ese fin de semana mi esposa y yo nos fuimos a pasarlo en la playa con el resto de la familia. El clima estaba lo bastante caliente como para negarle al cuerpo un chapuzón en las cálidas aguas del Caribe y nos tomamos este merecido descanso entre pachangas y rones.

De regreso venía ilusionado, habían sucedido tantas cosas en esos tres días, que traía la cabeza llena de historias para contar. Hacía tiempo que no me divertía tanto. Llegando a casa tomé un baño para liberar un poco el cuerpo del salitre y con el entusiasmo que tenemos “nosotros los escritores” cuando maduramos una buena idea, tomé lápiz y papel y salí en busca de mi rinconcito para dar rienda suelta a todo aquello traía en la mente.

No se imaginan el coraje que experimenté al encontrar de nuevo mi rincón, invadido por la asquerosa red de esa odiosa y mal agradecida vecina, que con el mayor de los descaros extendió sus tentáculos indiscriminadamente por todo mi espacio, violando de nueva cuenta nuestro acuerdo.

De una patada hice volar el taburete y con toda la ira que me invadía, patee una y otra vez toda aquella construcción pegajosa mientras vociferaba enormes palabrotas que jamás pensé salieran de mi boca.

-¿Qué te habrás creído odioso animalejo de mierda, que puedes ocupar deliberadamente todos los espacios de este mundo por tus cojones sin que nadie te frene? No amiguita, aquí mando yo y por si no lo sabes asquerosa alimaña, este es mi rincón y esta es mi casa, y es mía porque antes fue de mis abuelos y estos se la dejaron a mi padre que al morir me la dejó a mí, y yo se la pienso dejar a mis hijos para que nunca les falte un techo. ¿Qué te hizo pensar que podías desplazarme así como así y “con la pata en la cintura” que no tienes, acaparando todo mi espacio con tu repúgnate telaraña llena de perversión y malos instintos, que envuelve sin necesidad a cuanto animalito inocente cae tontamente entre tus redes? Ya tocaste el fondo araña idiota, ahora vas a saber de qué estoy hecho.

Y cómo“alma que lleva el diablo”, salí de mi casa rumbo a la ferretería, ante los asombrados ojos de mi mujer y mis hijos que no lograban entender lo que allí pasaba. Necesitaba alejar a aquel maldito bicho de mi propiedad a toda costa y nada mejor que una buena fumigación para acabarlo. Compré todos los insecticidas que encontré y de regreso rocié todo aquel lugar hasta que se agotaron los envases y mis fuerzas.

Esa noche tuve taquicardia, No podía creer que una estúpida araña me enfrentara tan gallardamente y en mi espacio. Demás está decirles que tuvo que pasar una semana para que desapareciera aquel penetrante olor que dejaran todos aquellos insecticidas que mezclé.

Mi espacio, ese pequeño rinconcito de la casa, era lo que más disfrutaba al final del día y desde ese entonces me preocupé de tenerlo siempre bien fumigado y limpio.

Déjenme contarles además; que aquella casa y aquel rinconcito que tanto le discutí en aquella ocasión a la araña, me fue arrebatada años después, cuando unos señores españoles presentaron ante el tribunal un título de propiedad que los acreditaba como los verdaderos dueños del inmueble.

En realidad la casa le fue entregada a mi abuelo a finales de la guerra, por su desempeño como Oficial "Mambí" (soldado del ejército insurreccional cubano, que enfrentara a España a finales del siglo XIX en la lucha por liberar a Cuba) y de los que huyeron entonces los legítimos dueños, (abuelos de los que en ese momento reclamaban su legitimidad), para ponerse a salvo en su España natal.

El asunto terminó en que fuimos desalojados de aquel espacio que nos vio nacer y crecer a tres generaciones de nuestra familia, sin el más mínimo derecho a reclamación. Nos mudamos a La Habana y conseguimos entonces comprar un departamento en la barriada de San Miguel del Padrón, donde pudimos terminar de criar mi mujer y yo a nuestros pequeños hijos. Pero esta vez si me preocupé en obtener el Título de Propiedad con todo y los planos, para evitar “según la ley”, que nos volviera a suceder lo mismo.

Y como "la gran rueda" de que habló alguna vez Goethe, un par de años después triunfó la revolución gestada por Fidel Castro, y en el primer vuelco fueron a dar al traste los nuevos dueños de mi antigua casa, que fueron privados de todos sus derechos y obligados a regresar a su país de origen por ser aliados del anterior gobierno; dejando en manos de un Comandante barbudo, todo aquello que una vez fue mío y que me arrebataron quien sabe y con qué artimañas legales.

En fin, que viendo el giro que daba aquella “diz-que” revolución del pueblo enfocando su rumbo hacia al comunismo, tuvimos que abandonar -sin obtener nada a cambio-, aquel departamento que “según la ley”, sería mío por el resto de mi vida y la de toda mi descendencia, para hacer vida en un país extranjero que viviera en democracia.

Hoy vivo en Los Estados Unidos y he enseñado a mis hijos a valorar lo mucho o poco que tienen mientras les dure, a comprender que nada es eterno y que lo que crees es tuyo hoy, mañana puedes perderlo de la manera más simple, o porque el gobierno caiga en manos impropias cediendo su dirección a un "Fidel Castro", o porque a un cabrón abogado, en contubernio con algún corrupto banquero, le interese lo que tienes y te lo quite. Y que aunque este país sería el último en ser invadido por los comunistas, no está exento.

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