lunes, 22 de marzo de 2010

LA SIERRA

LA SIERRA  (cuento).
Por: Cheo Breñas.

Muchas fueron las veces en que fui despertado en la madrugada, por el indeseable tronar de la sierra de una carpintería que quedaba junto a mi casa. El señor Juan Delgado, dueño de la entonces “Mueblería Juan Delgado” en La Habana, tenía justo ahí su odioso taller y se pasaba parte de la noche trabajando para poder terminar los pedidos de sus clientes.

Esto lo tuve que soportar al menos por un par de años, era yo muy chico, apenas pasaba de los 7 y aunque Cuba generaba convulsiones en una transición provocada por una revolución que se gestaba, “Juan Delgado” seguía cortando maderas noche tras noche sin que le importara agredir mi inocente sueño; no se imaginan cuanto lo odiaba.

Quiero destacar que nosotros éramos entonces una familia numerosa y humilde; y que aun así el señor Juan Delgado y su esposa Ramona Regalado se ofrecieron y bautizaron a mis hermanos gemelos. En realidad eran personas muy decentes, amables y caritativas. Habían construido su casa encima del taller para tener un mayor control sobre sus posesiones y por supuesto que para ahorrarse algún dinero, de manera que al señor se le hacía muy fácil en sus noches de insomnio, bajar las escaleras, prender la sierra y acabar con mi descanso nocturno.

Pero un día llegó “mi venganza”. Triunfó la revolución y Fidel Castro (nuestro nuevo presidente a huevo), impuso una ley que autorizaba intervenir todos los negocios de índole particular, pues estos eran según él, producto de robo y saqueo al pueblo cubano y una cofradía de abusos y extorsión a los trabajadores. Que su revolución tenía la intención de acabar con estos males arraigados, para que todos tuviéramos las mismas oportunidades, (es decir… para que todos tuviéramos una carpintería como la de Juan Delgado aunque no fuésemos carpinteros, ni tuviéramos la intención de pasar nuestras noches de descanso trabajándolas. Para que todos tuviéramos cualquier cosa aunque no nos hubiese costado el más mínimo de los esfuerzos y para que tuviéramos además, la libertad de posesionarnos de cualquier propiedad que hubieren edificado otros, sin el menor sacrificio o necesidad y destruirla si se nos antojase). Aunque al final el 99% de los cubanos nos quedamos fuera de esa repartición, que pasó a manos del estado y se quedó allí; en el Estado.

Esto último no pasó por mi mente en ese entonces, tenía sólo 7 años.

Lo increíble es que todos nos alegramos por la llegada de Fidel con sus promesas de libertad, todos apoyábamos sus decisiones y aplaudíamos con euforia cada uno de sus discursos, (aunque en esto saliera afectada la carpintería de Juan Delgado), que por su puesto fue intervenida en los primeros meses.

Lo curioso de todo esto (y que en ese momento no entendí) es que Juan Delgado no era ni remotamente una de esas personas que Fidel decía. Me consta que su trato con sus empleados era de camaradería y que su insospechada figura se perdía entre ellos; Si llegabas allí preguntando por él y no lo conocías, podrías pensar que no estaba. Además, creo poder asegurar que Juan Delgado no provenía de ninguna familia rica abusadora, pues los hijos de los ricos no son carpinteros, ni mucho menos trabajan hasta altas horas de la madrugada como lo hacía él. Quien sabe cuantos como él, que lograron salir adelante sólo con su esfuerzo y dedicación, fueron despojados de sus bienes y lanzados a la miseria sin más ni más. Lo irónico es que de aquella fábrica de muebles de primera línea, sólo quedó un sucio tallercito donde se producían “chancletas de palo” (sandalias de madera).

Para mí, sinceramente fue una bendición el que mis noches de sueño dejaran de ser interrumpidas y aunque en ese momento tenía tan corta edad, me dio pena por el señor Juan Delgado, pues yo sólo me hubiera conformado con que le prohibieran usar la sierra por las noches.

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