domingo, 21 de febrero de 2010

¡MALDITA SOCIEDAD!

¡MALDITA SOCIEDAD!  (cuento).
Por: Cheo Breñas.

Mi amigo Alejandro de la Fuente siempre fue un chico muy inteligente. Recuerdo como me molestaba el no poder aventajarlo (sobre todo en Matemáticas) con los resultados de nuestras calificaciones cuando cursábamos la preparatoria.

Después el tiempo quiso que nos distanciáramos y cada cual tomó su rumbo entrando a la Universidad. A pesar de que nunca volví a ver a Alejandro, sabía de su suerte, pues teníamos amigos en común y nuestras familias mantuvieron siempre muy buenas relaciones.

Cuando su padre murió le dejó una pequeña fortuna y unos terrenos en las afueras de la ciudad; que Alejandro supo aprovechar dada la buena percepción que tenía para los negocios, para montar una pequeña Fábrica de Condones.

Al principio, según me contó un amigo, Alejandro personalmente venía a la ciudad por sus trabajadores y los traía de regreso al terminar cada jornada. Pronto tuvo que hacerse de una pequeña compañía de transporte, para asegurar la asistencia de sus empleados ya que la fábrica crecía a pasos agigantados.

Con el devenir de los años y viendo el progreso acelerado de su compañía, Alejandro decidió habilitar una parte de sus terrenos para fabricar pequeños condominios, que financió personalmente a todos sus empleados por un precio módico y unos pagos bien accesibles. Era obvio que necesitaba tener cerca a su gente para poder asegurar la producción.

En poco tiempo el lugar se convirtió en un pequeño pueblo y comenzaron a afluir comerciantes de todas partes trayendo consigo, diversas tiendas departamentales que fueron enriqueciendo la comunidad con sus enormes y bellos almacenes. Todo el mundo quería negociar con Alejandro y las proposiciones llovían con características de diluvio. Alex estaba feliz de haber contribuido a formar lo que ahora se perfilaba como una gran ciudad y siguió engrandeciendo su emporio con los dividendos que recibía a cambio. Impulsó la educación y construyó escuelas para que los hijos de sus trabajadores pudieran prepararse para el futuro.

Todo el mundo lo adoraba. “Don Alejandro” era un dios para todos los pobladores del lugar, quienes le manifestaban abiertamente su agradecimiento.

Pero el tiempo fue pasando y con él girando esa enorme y gran rueda de que habló alguna vez, el gran poeta y científico alemán Johann Wolfgang Von Goethe.

Los empleos entonces sobraban y la inmigración se fue haciendo cada vez mayor. Tanto en la fábrica como en los nuevos negocios se prescindía de mano de obra y la necesidad obligó a los empresarios a difundir la noticia para atraer gentes con necesidad de trabajar.

ENTONCES COMENZARON LOS PROBLEMAS:
Primero fue el Estado, que basado en su poder y sus leyes, exigió una representación física en la naciente ciudad, donde pudiera poner una oficina para recaudar sus impuestos. ¿Cómo la ven?... Esto trajo consecuencias para los fondos que Alejandro destinaba a la ciudad, viéndose obligado a hacer recortes en el presupuesto. Después se abrieron paso los políticos y con ellos todos los ministerios gubernamentales. Ya hubo necesidad de construir hospitales y algunas clínicas para dar atención a los ciudadanos, así como de un cuerpo de bomberos y una policía “diz-que” para garantizar el orden y proteger a la ciudadanía.

A esto le siguieron los problemas internos propios de la clase trabajadora… -Que si los sueldos eran muy bajos, que si la distribución de las ganancias no era equitativa, que si existían algunas concesiones para cierto grupo, que si esto… que si aquello… que si lo otro… en fin… se empezó a escuchar “la voz del proletariado”, que por supuesto trajo la aparición y conformación de los ya conocidos SINDICATOS; esas agrupaciones (“sin fines de lucro”) que pululan en todo el mundo dirigidas por un tipo de “proletariado clase A” que termina viviendo en sendas mansiones, conduciendo caros automóviles y usando sus entonces aviones privados para trasladarse por todo el hemisferio. Organización que nació de entre los trabajadores y que jamás volvió a poner las manos en la sucia maquinaria de alguna fábrica.

Pero aún así; Alejandro manejó esta situación con maestría y salió airoso, ya que de cierta manera el negocio seguía siendo productivo.

Hasta que un buen día fue visitado por tres inspectores del Ministerio de Salud y su estabilidad se sintió resquebrajada al extremo de la preocupación. Un crecido grupo de personas se quejaba del humo que despedían las chimeneas de su fábrica y algunos niños habían tenido que ser hospitalizados por falta de oxígeno. Tenía 23 demandas millonarias por contaminación y una acusación directa de la fiscalía por daños a la salud. ¿Qué les parece?

Y allí… en las afueras del juzgado; de ese juzgado construido en sus terrenos y con los impuestos de su dinero, Alejandro se retorcía de dolor, al escuchar los gritos y consignas que vociferaba en su contra, aquella multitud que en su momento, él mismo ayudó a salir adelante ofreciéndole un trabajo decoroso.

Después de varios juicios y apelaciones, la fábrica fue cerrada por el gobierno y Alejandro tuvo que pagar una cuantiosa suma de dinero a sus demandantes e indemnizar a sus trabajadores, no obstante de lo que le sacaron los abogados, los hospitales y las clínicas involucrados.

¿Porque hemos siempre de morder la mano que nos alimenta? No todos los ricos son necesariamente unos ladrones, algunos… lo son menos.

Somos una plaga que todo lo destruye, somos un “todos contra todos” que vamos siempre más allá de lo que podemos y necesitamos. Somos la insolencia intolerable de las decisiones sin fundamento en contra de la buena fe. “Somos, en fin… una aberración de todas las existencias”.
¿Alguna duda?

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