lunes, 24 de mayo de 2010

DECEPCIÓN CULINARIA.

DECEPCIÓN CULINARIA.
Dedicado a mi Claudita, que es mi mejor crítica.

Por: Cheo Breñas.

La combinación más importante que tiene el cuerpo humano la hacen la nariz, la boca, los ojos, el cerebro y el estómago; aunque el oído también llega a tener su participación cuando escucha el agradable sonido que hacen los alimentos al freírse o el tronar de algún descorche o destape de alguna bebida con gas o aire. Nada puede lograr mayor satisfacción y eficiencia que la puesta de acuerdo de estos seis “cómplices” para complacer y ayudar al desarrollo de esta enorme humanidad que poseemos.

El hecho de poder degustar un suculento y bien servido platillo, nos ofrece una dicha de tal magnitud y complacencia, que nuestro cuerpo se apronta a agradecer a veces, hasta con un buen eructo.

Nuestros ojos, en malicioso acuerdo con nuestra nariz, al detectar algo de cierta exquisitez y antojo a nuestro muy propio y personal paladar, envían un rápido mensaje al cerebro, que es recibido con satisfacción y reenviado a nuestro estómago, que a la vez se apresta para asimilar lo anunciado y preparar las condiciones para su almacenamiento y elaboración; que después… es procesado muy hábil y profesionalmente por un grupo de pepenadores que distribuye y escoge, lo que se queda y lo que se tira. Así que cuando nuestra boca tiene el placer de saborear dicho alimento, las glándulas salivares de la lengua excitan a nuestras papilas gustativas de tal manera, que hasta las muelas y dientes enloquecen al triturar cada pedazo de ese exquisito bocado, con la seguridad de que ya alguien lo espera y que existen muy pocas posibilidades de rechazo.

Creo que me metí en un campo demasiado complicado para quien como yo; se considera un guajiro (campesino cubano) que se siente feliz con un plato de arroz con frijoles y un pedazo de carne de puerco.

PERO………

Que desafortunado nos resulta cuando alguno de estos elementos es engañado, intencionalmente o no, por una visión engañosa de lo seleccionado. ¿Cuántas veces se nos ha antojado cierto y determinado platillo por la fotografía que exponen ciertos restaurantes en sus menús, para terminar con el desastroso resultado de no ser exactamente lo que te sirven? Es una constante manipulada por los comercios de comida de la actualidad, que más que una intención promocional, nos ofrece una vil y decepcionante mentira que trastorna indiscriminadamente nuestra intención gustativa, creando además, problemas cardiovasculares momentáneos entre nuestros órganos y sentidos.

Recuerdo que una vez me fui de compras al Mall (centro comercial que agrupa diferentes tiendas por departamentos) de la ciudad donde vivo con la intención de adquirir algunas prendas de vestir que necesitaba. Pues les cuento que después de llevar a cabo mi propósito, me dispuse a complacer los deseos normales de mi abandonado y ya exigente estómago, que empezaba a dar señales de inconformidad y desnutrición. En este lugar hay una sección de cafeterías que venden todo tipo de comidas rápidas, china, mexicana, italiana, hamburguesas, etc. Cómo no tenía prisa me dispuse a husmear entre los diferentes platillos que exhibían estos pequeños negocios en sus luminosos carteles y me deslumbré sobremanera con uno que se veía increíblemente delicioso. -¡Guau!- aquella foto se me insinuaba como una damita en la flor de su juventud, irradiando tal belleza y sensualidad capaz de disparar las hormonas del más apacible de los hombres. La boca se me hizo agua y mi nariz, impregnada de la diversidad de aquellos tan ricos olores que deambulaban en aquel recinto y en combinación además, con la visión que acababan de fotografiar mis ojos, enviaron sin demora el acostumbrado mensaje a mi deslumbrado cerebro, que ni tarde ni perezoso comunicó con alegría a su colega el estómago.

Pasados algunos minutos, el mesero se acercó y puso delante de mí un platillo que definitivamente no era el que yo había escogido. Con mucha educación y tratando de no ser grosero le aclaré que seguramente había equivocado mi pedido y que no se preocupara porque yo no tenía mucha prisa. El señor se disculpó y con mucha amabilidad retiró el servicio para consultar la nota que hacía referencia a mi exigencia. No pasaron treinta segundos cuándo ya tenía en frente de mí al mismo mesero con el platillo y la nota, preguntándome si el servicio que yo había pedido era el guisado de carne de cerdo con tal y más cual complemento. Al yo aprobar lo que acababa de preguntarme, depositó de nuevo el platillo sobre la mesa y me aseguró que era ese mi pedido en cuestión. Me puse de pie y le pedí me acompañara al mostrador donde con una maliciosa sonrisa le indiqué la foto del susodicho manjar que yo exigía. Entonces y con ese rayado y bien aprendido argumento que tienen las personas que trabajan en ese gremio, me aseguró sin dilación que se trataba del mismo plato.

Atónito miré una y otra vez a la foto y al desagradable platillo que tenía ante mis ojos, para enfocarme al final directamente en los de mi interlocutor y preguntarle. -¿Usted usa lentes? –No señor. –Entonces hágale una visita al oculista porque eso que me ha servido no se parece en nada a la foto que está allá arriba. Y fue cuando me dijo, -disculpe la sinceridad, pero… si lo que servimos aquí se pareciera a esas fotos que exhibe nuestro patrón, entonces esto sería un restaurante de lujo. Sin más que hablar y comprendiendo la indirecta, rechacé el servicio y salí de aquel recinto como alma que lleva el diablo vociferando en voz baja toda la impotencia e inconformidad reprimida en mi decepción. En fin… que la deseable damita colmada de belleza y sensualidad, se me había convertido descaradamente en una señora de 90 años con exceso de maquillaje.

Mi cerebro y mis ojos estaban desconcertados, mis dientes y muelas se apretaron con fuerza en rebelión para no permitir que intentara llevarme a la boca aquella desagradable decepción. (Tremenda bronca). Una guerra de órganos y sentidos se desataba en mis adentros mientras mi estómago se revolvía en desacuerdo con mi decisión. Total… que al final terminé en mi casa con un vaso de leche y una tostada.

Y para aquellos que como yo trabajan en un lugar rodeado de pequeños restaurantes (de esos que son conocidos generalmente como “de comida corrida”) y tienen obligadamente que prescindir de ese alimento del medio día que tan necesario es para lograr cumplir el horario impuesto; Estarán de acuerdo conmigo en lo difícil que nos resulta decidir a cuál de estos lugares encargar un platillo que realmente pueda satisfacer nuestro paladar, cuando descubres que todos saben igual y que hasta parece que son elaborados por el mismo cocinero. Lo más curioso es que cuando comparas los menús de todos estos pequeños laboratorios de insípidos engrudos, salta a la vista que lo único que los diferencia a unos de otros, es la hechura y el nombre.

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